9 de junio: día de la resistencia peronista
Memoria de fusilamientos, presente de censura

En 1956, apenas meses después del golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón, la autodenominada "Revolución Libertadora" consolidaba su poder mediante la persecución y la censura más brutal. El 9 de junio de ese año, un levantamiento cívico-militar encabezado por el general Juan José Valle intentó restaurar la democracia y la voluntad popular, enfrentando una dictadura que no sólo prohibía el peronismo, sino incluso nombrar a Perón o Evita.
La reacción del régimen fue feroz: fusilamientos sin juicio previo, ejecuciones sumarias y represión masiva. En José León Suárez, nueve civiles peronistas —entre ellos Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez y Mario Brión— fueron asesinados clandestinamente. Otros sobrevivieron y contaron su historia gracias a Rodolfo Walsh, quien la plasmó en Operación Masacre, revelando al país lo que el poder intentaba ocultar.
El general Valle fue ejecutado el 12 de junio en la Penitenciaría de Las Heras, luego de un consejo de guerra sumario. Aramburu le negó el indulto incluso ante el pedido del propio Papa Pío XII. En total, entre la noche del 9 de junio y los días siguientes, fueron fusilados 11 oficiales, 7 suboficiales y 9 civiles. La dictadura, desde entonces, recibió un nombre que la historia no perdonó: la Fusiladora.
No se trató solo de castigar una sublevación: el objetivo era sembrar el terror, paralizar la organización obrera y borrar al peronismo de la vida pública. Así lo dejó en claro el decreto 4161 de marzo de 1956, que prohibía mencionar a Perón o a Evita, entonar la marcha peronista, exhibir sus retratos o expresar cualquier símbolo del movimiento, con penas de hasta seis años de prisión.
Pero el pueblo no se rindió. La resistencia peronista se expandió por todo el país en forma de boicots, sabotajes con "caños", huelgas y redes clandestinas lideradas por figuras como John William Cooke, Andrés Framini y otros dirigentes obreros. En las fábricas, en los sindicatos, en las casas, se tejía la esperanza de una nueva organización popular. Porque el fuego no se apaga con balas: se transforma en memoria y en lucha.
Del pasado al presente:
Desde entonces, la historia argentina parece repetir un mismo libreto con distintos actores. El peronismo como proyecto nacional, popular y transformador ha sido el enemigo predilecto de los poderes concentrados. Porque el peronismo pone en cuestión la estructura de privilegios, y porque cuando el pueblo se organiza y accede al poder, hay quienes tienden a recordar que en la Argentina no todos pueden gobernar.
El intento de proscripción no terminó con los fusilamientos del 56. Volvió en los años 70 con la dictadura más sangrienta, que arrasó con toda forma de organización popular. Volvió en los 90 con el vaciamiento simbólico del movimiento, transformado en gestor del modelo neoliberal. Y volvió en los últimos años con el lawfare, donde la persecución política ya no se ejerce con armas, sino con fallos judiciales, cadenas mediáticas y operaciones de inteligencia.
De persecuciones judiciales y lawfare:
El caso más actual es el de Cristina Fernández de Kirchner es paradigmático. No solo es llevada a juicio por causas armadas con pruebas dudosas y operadores judiciales: fue víctima de un intento de magnicidio en plena calle, mientras un sector del poder mediático y político intentaba relativizar o directamente justificar el ataque. ¿Qué es eso, sino otra forma de fusilamiento político?

El nuevo método: censura, odio y desmemoria
Hoy, bajo el gobierno de Javier Milei, la proscripción vuelve con ropajes modernos pero con el mismo contenido: el desprecio por lo popular. Se cierran institutos de formación, se eliminan programas culturales, se desfinancian universidades, se persiguen líderes políticos y dirigentes y se cancela toda expresión simbólica que remita a la historia del campo nacional y popular.
La censura no es solo un acto estatal: es también una estrategia discursiva. Cuando se habla del peronismo como si fuera sinónimo de corrupción o decadencia, se está alimentando el mismo odio de clase que justificó los fusilamientos de 1956. Cuando se borra a Evita de los manuales, cuando se ataca la memoria del 17 de Octubre o se presenta a Perón como un dictador, se está construyendo un relato que pretende aislar al pueblo de su propia historia.
Viejos nuevos métodos
Es para recordar que el intento de erradicar al peronismo no terminó con la dictadura ni con el retorno a la democracia. Cambiaron las formas, pero no siempre el objetivo. Lo que comenzó con fusilamientos y proscripción fue reemplazado por nuevas herramientas: la deslegitimación mediática, la persecución judicial, la estigmatización cultural.
Si en los 50 se prohibía por decreto mencionar a Perón o Evita, hoy se los caricaturiza o se los degrada. La censura ya no se ejerce solo desde el Estado: se replica desde los medios, las redes sociales y ciertos discursos que disfrazan el desprecio de neutralidad.
El antiperonismo persiste como una cultura política que se adapta a los tiempos. La violencia simbólica reemplaza a la física, pero conserva el mismo objetivo: excluir al pueblo como sujeto de poder.

Pensar el peronismo de hoy: ¿resistir o disputar?
En este contexto, la militancia tiene una tarea urgente: no sólo resistir, sino también disputar el sentido del presente y del futuro. Porque si solo resistimos, aceptamos que hay otro que marca la cancha. Pero si disputamos, estamos diciendo que el futuro no está escrito. Que no hay poder que pueda con un pueblo que se reconoce en su historia y se organiza para cambiarla.
Pensar el peronismo hoy implica recuperar su fibra original: no como un archivo del pasado, sino como una potencia viva, capaz de interpelar a nuevas generaciones, de sumar a quienes nunca se sintieron representados, de proponer un horizonte emancipador en medio de tanto nihilismo.
Carta del Gral. Juan José Valle a Pedro Aramburu:
"Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.

Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra 'monstruos' brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria."
Juan José Valle
Buenos Aires, 12 de junio de 1956.